EUROVISIÓN, ENTRE OTRAS COSAS
Empiezo con ilusión esta columna. Siempre es una buena noticia el nacimiento de una nueva publicación, sobre todo, si no tiene más finalidad que entretener e informar con imparcialidad y buenas intenciones.
Cuando la directora me llamó para colaborar, me dijo: “siéntete libre de escribir lo que quieras”. Hacía mucho tiempo que alguien no me proponía escribir en libertad. Por eso es una responsabilidad para mí y espero estar a la altura.
Hoy quiero hablar de un tema candente que ocupa todos los diarios impresos y digitales, llena horas y horas de televisión e invade las redes sociales como “X” (antes Twiter”). Me estoy refiriendo al festival de Eurovisión.
Tengo que reconocer que suelo verlo y lo hago con el único objetivo de divertirme. El sábado pasado, por ejemplo, reuní a mi familia y a un grupo de amigos de toda la vida (que considero familia). Sacamos cervecitas heladas, un buen vino, embutidos y hasta una tarta. Un evento que prometía ser divertidísimo no merecía menos.
Las actuaciones no defraudaron. Nos lo pasamos pipa y nos reímos hasta llorar, pero… llegaron las votaciones y se destapó el secreto mejor guardado: ¿están amañadas? ¿El festival está politizado?
Para quienes no me conocen puedo decirles que además de escritora, soy guionista de televisión. Hasta hace poco me llamaban para trabajar en los especiales previos al festival. Un mes antes de las semifinales escuchaba una y otra vez los temas de todos los países, conocía a fondo a todos los intérpretes y hasta hacía “porras” con mis compañeros sobre quienes pensábamos cada uno que iba a ganar ese año. En 2014 tuve una revelación. La primera vez que escuché (y vi el videoclip) de “Rise like a Phoenix” de Conchita Wurts dije: “es la ganadora de este año”. Y acerté. Austria se llevó el micrófono de cristal. ¿Por qué les cuento esto? Porque recuerdo con claridad la transparencia con que se recogían los votos, tanto del jurado como los de los espectadores. Yo estaba allí y puedo dar fe de ello.
Han pasado 11 años y la polémica sobre el televoto está servida. Muchos se preguntan cómo es posible que España diera 12 votos a Israel. Otros se preguntan cómo es posible que Melody (cuya actuación fue impecable, todo hay que decirlo) no consiguiera más que 10 puntos extra. A esto cabría añadir las voces que se alzan en contra de la continuidad de Israel en Eurovisión. Igual que Rusia no puede participar, Israel tampoco debería hacerlo.
Mi implicación profesional me impide opinar al respecto, lo que sí puedo asegurarles es que Eurovisión siempre ha estado salpicada por tintes geopolíticos.
En 1968 Masiel ganó con un “Lalalá” que todavía se canta en karaokes y momentos festivos. Les recomiendo que quienes tengan Movistar Plus vean la serie que cuenta cómo una España en blanco y negro (entre otras cosas porque no había tele en color) proyectó una imagen de modernidad que en realidad no existía.
En 1969, España fue el país anfitrión y se retransmitió desde el Teatro Real de Madrid. Lo presentaba Laura Valenzuela (que en paz descanse), una mujer moderna que era un encanto, guapa y, además, hablaba idiomas. Recuerdo que en una ocasión coincidí con ella en un programa (cuyo título no recuerdo) y me contó que tuvieron que desalojar el teatro por un aviso de bomba. De eso, claro, la prensa de la época no dijo ni mu. El caso es que ese año volvió a ganar España de la mano de Salomé interpretando “Vivo cantando”. No ganó sola. Empató con Francia, Reino Unido y Países Bajos.
Ahora viene lo que les quería contar en realidad: Eurovisión siempre ha tenido tintes políticos.
Betty Missiego representó a España en 1979 con el título “Su canción”. Su actuación fue parodiada (e inmortalizada) por el desaparecido dúo de humoristas Martes y 13. Seguro que lo recuerdan. Lo cierto es Betty estuvo a punto de ganar. Ese año, el certamen se celebraba en Jerusalem, pues Israel era el país anfitrión ya que había ganado el año anterior (con la canción “A-ba-ni-bi”). Las votaciones habían establecido un duelo a muerte entre España e Israel. Habían votado todos los países y teníamos en la mano la última palabra, es decir, de nuestro voto dependía que ganara España o Israel. Para que ganáramos, solo bastaba dar la máxima puntuación a otro país cualquiera. Se produjo una llamada desde el palacio de la Moncloa en la que se pedía al jurado español que diera la victoria a Israel. Lo sé porque me lo contó alguien muy cercano a la propia Betty Missiego. Israel volvió a ganar en su propia casa (nos metieron un gol por la escuadra en toda regla). Como ven, estas cosas siempre han pasado y seguirán pasando.
Yo, mientras tanto, continúo viendo el festival con ojos de lo que es (o debería ser): un mero entretenimiento.
¡Sean felices!