Después de más de medio siglo de historia compartida, ausencia y nostalgia, Moratalaz vuelve a mirar de frente a uno de sus emblemas más queridos. La escultura El Encuentro, una obra del escultor extremeño Marino Amaya, ha sido reinstalada en la plaza que lleva su nombre, devolviendo al barrio no solo una pieza artística, sino un fragmento vital de su identidad colectiva.
La nueva figura, fundida en bronce y fiel al modelo original, ha sido creada por el hijo del autor, Salvador Amaya, también escultor y custodio del legado familiar. La obra representa a una madre que se inclina para abrazar a su hijo, en ese instante suspendido donde la emoción antecede al gesto. Un reencuentro detenido en el tiempo, cargado de afecto, ternura y humanidad.
Una ausencia que dolía
Instalada originalmente en la década de 1960, cuando la plaza aún se llamaba Pablo Garnica, El Encuentro se convirtió pronto en un punto de referencia emocional para los vecinos. Tanto fue así, que la plaza terminó adoptando el nombre de la escultura. Pero con el paso de los años y el deterioro provocado por actos vandálicos, la obra fue retirada, dejando en su lugar un hueco difícil de llenar: el de un símbolo que hablaba sin palabras.
«Es como si hubiéramos recuperado un recuerdo de infancia», decía emocionada una vecina durante la reinstalación. Porque El Encuentro no solo era una estatua, era parte del paisaje afectivo de generaciones.
Un regreso impulsado por los vecinos
El retorno de la escultura ha sido posible gracias a una moción aprobada por unanimidad en el Pleno de Moratalaz en abril de 2024, tras años de peticiones ciudadanas y cartas al Ayuntamiento. No se trataba simplemente de devolver una figura a su pedestal, sino de reparar un vínculo emocional que el barrio no estaba dispuesto a perder.
Hoy, el conjunto escultórico vuelve a ocupar su lugar en la Plaza del Encuentro, donde niños juegan, mayores conversan, y los recuerdos —como las sombras del atardecer— regresan con delicadeza. Allí, la madre y el hijo de bronce se abrazan de nuevo, y con ellos, se reconcilian la historia y el presente de un barrio que, por fin, ha recuperado una de sus imágenes más queridas.
